viernes, 20 de marzo de 2015

Eisenhans/Iron John/Juan de Hierro

El Cuento de Juan de Hierro

(1)

Erase una vez un rey que tenía un enorme bosque cerca de su castillo, donde vivían todo tipo de animales salvajes. Un día envió al bosque a un cazador para que le trajese un venado, pero el cazador no regresó. "Algo malo le debe de haber ocurrido", dijo el rey, y el día seguiente mandó a dos cazadores a buscarle, pero éstos tampoco volvieron. Al tercer día, mandó a llamar a todos sus cazadores, y les dijo: "Registrad todo el bosque, y no volváis hasta haber encontrado a los tres."
Jamás volvió ninguno de esos cazadores, ni los perros que habían llevado consigo.
Desde entonces nadie se atrevió a internarse en el bosque, que quedó totalmente tranquilo y solitario. Sólo de vez en cuando se veía sobrevolar el bosque un águila o un halcón.
Esta situación duró años, hasta que un día apareció un cazador en busca de empleo que se ofreció a poner pie en el peligroso bosque.
Sin embargo, el rey no quiso dar su consentimiento, diciendo:"Es un lugar peligroso. Tenso la sensación de que acabarás como los demás, y que nunca más se volverá a saber de tí." El cazador respondió: "Señor, soy consciente del riesgo, pero no sé lo que es el miedo."
El cazador se dirigió al bosque, llevándose a su perro. No había transcurrido mucho tiempo cuando el perro olfateó un animal y se puso a perseguirlo; apenas había dado unos cuantos pasos cuando topó con un profundo pantano y tuvo que detenerse. Un brazo desnudo salió del agua, lo cogió y lo arrastró hacia el fondo.
Al ver esto, el cazador volvió al castillo, tomó a tres hombres con cubos y empezaron a vaciar el pantano. Cuando llegaron al fondo, vieron tendido un Hombre Primitivo cuyo cuerpo era marrón como el hierro oxidado. Estaba cubierto de pelos de pies a cabeza. Le ataron con cuerdas y le llevaron al castillo.
En el castillo, la presencia del Hombre Primitivo produjo un gran revuelo. El rey mandó encerrarle en una jaula de hierro que había colocado en el patio, y prohibió bajo pena de muerte que se abriese la puerta. Puso la llave en manos de la reina. Hecho esto, la gente pudo volver con tranquilidad al bosque.
El rey tenía un hijo de ocho años. Un día jugando en el patio, su bola de oro rodó hasta el interior de la jaula. El muchacho corrió hasta ella y dijo: "Dame mi bola de oro." "Te la daré si me abres la puerta", contestó el hombre. "Oh, no - dijo el muchcho -, no lo puedo hacer, el rey no me deja", y huyó corriendo.
Al día siguiente, el muchacho volvió a acercarse y a pedir su bola. Dijo el Hombre Primitivo: "Si me abres la puerta", pero el muchacho se negó a hacerlo. Al tercer día, mientras el rey estaba fuera cazando, el muchacho volvió a acercarse y dijo: "Aunque quisiera, no podría abrir la puerta pues no tengo la llave." El Hombre Primitivo dijo: "La llave está bajo la almohada de tu madre; puedes cogerla."
El muchacho, que ansiaba mucho recuperar su bola, olvidó cualquier reparo y fue a por la llave. La puerta se abrió con dificultad, y el muchacho se pilló un dedo. Una vez abierta, el Hombre Primitivo salió, le dio al muchacho la bola de oro y se alejó aprisa.
El muchacho sintió de pronto un gran miedo. Se fue tras él gritando: "¡Hombre Primitivo, si te vas me pegarán!" El Hombre Primitivo se volvió, lo subió en sus hombros y se dirigió con paso rapido al bosque.
Cuando volvió en rey, reparó en la jaula vacía y preguntó a la reina como había escapado el Hombre Primitivo. La reina, que no sabía nada, fue a buscar la llave y no la encontró. Llamó al muchacho, pero no obtuvo respuesta. El rey envió una partida de búsqueda al bosque, pero no encontraron al muchacho. No era difícil imaginar qué había pasado, y la corte se sumió en una gran tristeza.

(2)

Cuando el Hombre Primitivo alcanzó el corazón del Bosque, bajó el muchacho de sus hombros y le dijó:"Nunca más verás a tu padre y a tu madre, pero yo te mantendré conmigo, pues me has liberado y me das lástima. Si haces lo que yo te diga, te irá bien. Tengo más oro y tesoros que nadie en este mundo."
Le hizo al muchacho un lecho de musgo, donde durmió, y a la mañana siguiente le llevó a una fuente.
"¿Ves esta fuente de oro? Es clara y luminoso como el cristal. Siéntate aquí y presta atención para que no caiga nada en ella, de lo contrario quedará mancillada. Vendré todas las tardes a ver si has cumplido mis órdenes."
El muchacho se sentó al borde del pozo. De vez en cuando veía aparecer un pez de oro o una serpiente de oro, y se guardaba de que no cayera nada dentro. Sin embargo, estando allí sentado, le empezó a doler tanto el dedo que sin quererlo lo metió en el agua. Lo sacó en seguida, pero vio que se le había vuelto dorado y, por más que se esforzó en lavarlo, no obtuvo ningún resultado.
Por la tarde regresó Juan de Hierro y dijó: "¿Ha pasado hoy algo en el pozo?"
El muchacho escondió el dedo detrás de la espalda para evitar que lo viera y dijo:"Nada en absoluto."
"¡Has metido el dedo en el pozo!" - dijó el Hombre Primitivo -. Por esta vez, pase, pero que no vuelva a ocurrir."
A la mañana siguiente, muy temprano, estaba otra vez sentado en el pozo, vigilando. El dedo, le dolía aún y, al cabo de un rato, se lo llevo a la cabeza. Un pelo, ¡ay! se desprendió de la cabeza y cayó en el pozo. Lo sacó rapidamente, pero ya se había vuelto de oro.
Al volver, Juan de Hierro ya sabía lo que había ocurrido:"Has dejado caer un pelo en el agua. Lo pasaré por alto esta vez, pero si ocurre una tercera vez, el pozo quedará mancillado, y no podrás seguir conmigo."
Al tercer día estaba sentado el muchacho en el pozo, decidido a no mover el dedo por mucho que le doliera. El tiempo pasaba lentamente, y empezó a mirar el reflejo de su rostro en la superficie del agua. Tuvo el deseo de mirarse directamente a sus ojos y, para hacerlo, se inclinó más y más. De pronto, sus largos cabellos cayeron sobre su frente y al agua. Echó la cabeza hacia atrás pero todo su cabello era ya de oro y brillaba como el mismo sol. ¡El niño estaba asustado! Cogíó un pañuelo y se cubrió la cabeza de modo que el Hombre Primitivo no se enterara de lo que había ocurrido. Pero a volver a casa, Juan de Hierro lo supo de inmediato.
"Quitate ese pañuelo de la cabeza", dijó.
El pelo dorado cayó liberado sobre los hombros del muchacho, y el muchacho tuvo que guardar silencio.
"No puedes quedarte más tiempo porque no has superado la prueba. Vuelve al mundo y sabrás lo que es la pobreza. Sin embargo, puesto que no tienes mal corazón y te deseo lo mejor, te daré este regalo: cuando tengas problemas, acercate al límite del bosque y grita:"¡Juan de Hierro!" Vendré a tí a te ayudaré. Mi poder es grande, más grande de lo que crees, y poseo oro y plata en abundancia."

(3)

El hijo del rey abandonó el bosque y recorrió caminos buenos y malos hasta que, por fin, llego a una ciudad. Allí buscó trabajo, pero no pudo encontrar ninguno; no había aprendido ningún oficio con el que poder ganarse la vida. Al cabo de un tiempo, se dirigió al castillo y solicitó que le admitieran. La gente de la corte no sabía en que menester podian utilizarlo, pero les cayó en gracia y le dijeron que se quedara. Por fin le tomó el cocinero a su servicio, y le dijó que se ocupara de la leña y del agua, y que barriera las cenizas.

(4)

Una vez, como no había ningún otro disponible, el cocinero ordenó al niño que llevara la comida a la mesa real, pero, puesto que el niño no quería que viesen su pelo de oro, se dejó puesto el sombrero. Nunca antes había ocurrido algo semejante en presencia del rey, que dijó: "Cuando vengas a la mesa real, has de quitarte el sombrero".El niño respondió: "¡Ay, señor, no puedo! Tengo una costra en la cabeza".
El rey llamó al cocinero, le riñó, le preguntó por qué había tomado a un chico así a su servicio, y le ordenó que le despidiera y le echara del castillo.

(5)

Sin embargo, el cocinero se compadeció de él y lo cambió por el chico del jardinero.
Ahora el muchacho tenía que plantar, regar, escardar y cavar, y soportar el viento y el mal tiempo.
Una vez, en verano, mientras trabajaba solo en el jardín, subió tanto la temperatura que se quitó el sombrero para que el viento le refrescara. Cuando el sol le tocaba, resplandecía con tanta fuerza que unos haces de luz penetraron la habitación de la hija del rey, y ésta se levantó para ver lo que era. Vio al muchacho fuera, y le llamó: "¡Joven, tráeme un ramo de flores!"
Se puso el sombrero a toda prisa, recogió algunas flores silvestres y las ató en un ramillete para ella. Cuando subía las escaleras con el ramo, se topó con el jardinero, que le dijo: "¿Que haces llevándole unas flores tan vulgares a la hija del rey? Ve a buscar otras ahora mismo, las mejores y las más hermosas."
"No,no - dijo el muchacho -, las silvestres huelen mejor y le gustarán más."
Cuando el muchacho entró en su habitación, la princesa dijo:"Quitate ese sombrero; has de descubrirte en mi presencia."
Respondió el:" No me atrevería a hacerlo. Tengo tiña, ya lo sabe."
Sin embargo, ella le cogió el sombrero y se lo quitó; sus cabellos de oro cayeron sobre sus hombros y era algo maravilloso de ver. Quiso correr hacia la puerta, pero ella le cogió del hombro y le dio un puñado de monedas de oro. Él les aceptó y se fue, pero no les prestó la menor atención; de hecho, se las llevó al jardinero y le dijo:"Toma dáselas a tus hijos para que jueguen con ellas."
Al día siguiente, la princesa volvió a llamar al muchacho y le pidió que le trajera más flores silvestres. Cuando entró con ellas, intentó quitarle el sombrero, pero él lo sujetó con ambas manos. Una vez más, le dio un puñado de monedas de oro, pero él no se las quiso quedar y se las dio al jardinero.
Al tercer día ocurrió lo mismo: ella no pudo arrancarle el sombrero, y él no acepto las monedas de oro.

(6)

Poco tiempo después, el país entró en guerra. El rey reunió a sus combatientes, ignorando si podría resistir al enemigo, que era poderoso y tenía un gran ejército. Dijo entonces el ayudante del jardinero: "Ya soy mayor y yo también quiero ir a la guerra. Tan sólo pido un caballo." Los otros rieron y dijeron:"Cuando nos hayamos ido, ve a buscar uno. Te dejaremos uno en la cuadra."
En cuanto se fueron, el joven se dirigió a la cuadra y sacó un caballo; estaba cojo de una pata y renqueaba. Se montó en él y cabalgo hacia el espeso bosque.
Cuando llegó al lindero, gritó tres veces "¡Juan de Hierro!" con tanta fuerza que su voz retumbó entre los árboles.
Poco después apareció el Hombre Primitivo y dijó: "¿Que quieres?"
- "Quiero un caballo fuerte para ir a la guerra."
- ¡Lo tendrás, y aún más de lo que pides!"
El Hombre Primitivo se volvió y regresó al bosque y, al cabo, del bosque salió un palafranero con un caballo que resoplaba por los ollares y que era difícil sujetar. Detrás del caballo venía un enorme ejército de guerreros con armadura, las espadas brillando al sol. El joven le dio al palafrenero su caballo de tres patas, se montó en el otro y se puso a la cabeza del ejército. Para cuando llegó al campo de batalla, una buena parte de los hombres del rey habían muerto, y no hacía falta mucho más para vencerles por completo.
El muchacho se precipitó a la carrera con su ejército, galopó hacia el enemigo como un huracán, derribando a todo aquel que les oponía resistencia. El enemigo intentó escapar, pero el joven les persiguió hasta acabar con el último hombre. Luego, en lugar de volver al lado del rey, el muchacho dio un rodeo y condujo a su ejército al bosque, donde llamó a Juan de Hierro.
"¿Que quieres?", preguntó el Hombre Primitivo.
- Toma tu caballo y tu ejército y devuélveme mi caballo de tres patas."
Se hizo como quiso, y volvió a casa con el caballo cojo.
Cuando el rey volvió a su castillo, la princesa salió en su encuentro y le felicitó por la victoria.
"No fui yo quien se hizo con la victoria - dijo el rey - ,sino un extraño caballero y su ejército de guerreros, que acudieron en nuestra ayuda."
La princesa quiso saber quién era aquel extraño caballero, pero el rey no le supo responder, y añadió: "Salió al galope detrás del enemigo, y ésa fue la última vez que le vi."
La muchacha llamó al jardinero y le preguntó por su ayudante, pero éste se rió y dijo:"Acaba de llegar en su caballo de tres patas, y los mozos de labranza se han reído de él diciendo:"¡Mirad quien está aquí! ¡Nuestro cojitranco!" Luego dijeron:"¿Donde has estado? ¿Durmiendo bajo un árbol? El les respondió:"Luché muy bien; si no hubiese estado allí, ¿quien sabe qué hubiese ocurrido?"
Los demás se troncharon de risa.

(7)

El rey le dijo a su hija: "Voy a anunciar una gran fiesta que durará tres días, y tu lanzarás una manzana de oro. A lo mejor aparece el caballero misterioso."
Se anunció la fiesta, y el joven volvió al bosque y llamó a Juan de Hierro.
- ¿Que necesitas?", preguntó.
- "Quiero atrapar la manzana de oro que lanzará la princesa."
"¡Dalo por hecho! - le dijo Juan de Hierro - . Te daré, además, una armadura roja y un poderoso caballo castaño."
El joven llego galopando al campo en el momento preciso y se mezcló entre los demás caballeros sin que nadie le reconociera. La princesa dio un paso hacia delante y arrojó una manzana de oro hacia el grupo de hombres; y fue él quien la cogió. Sin embargo, en cuanto la tuvo, se alejó al galope.
Al segundo día, Juan de Hierro le dio una armadura blanca y un caballo del mismo color. Esta vez también, se hizo con la manzana; una vez más, partió al galope sin detenerse ni un instante.
Esto hizo enfadar al rey, que dijo: "No toleraré ese comportamiento; tendría que acercarse a mí y decir su nombre.
- "Si vuelve a coger la manzana por tercera vez y se va - le dijo a sus hombres - perseguidle. Es más: si se niega de volver, apresadle. Si hace falta, utilizad vuestras espadas."
Al tercer día del festival, Juan de Hierro le dio al joven una armadura negra y un caballo del mismo color. Esa tarde, el joven volvió a coger la manzana. Pero esta vez, cuando huia con ella, los hombres del rey le persiguieron, y uno de ellos se acercó lo bastante como para herirle en la pierna con la punta de su espada. El jovén escapó; pero el caballo dio un salto tan poderoso que el yelmo del joven cayó al suelo y sus cabellos dorados quedaron al descubierto. Los hombres del rey volvieron al castillo y le relataron todo lo ocurrido.

(8)

A la mañana siguiente, la hija del rey preguntó al jardinero por su ayudante. "Está trabajando en el jardín. Ese extraño joven estuvo en el festival; y no ha vuelto hasta ayer por la noche. Les mostró a mis hijos, de paso, tres manzanas de oro que había ganado."
El rey mandó llamar al joven, y éste apareció con el sombrero de vuelta en la cabeza. Sin embargo, la princesa se acercó a él y se lo quitó, y su pelo dorado cayó sobre sus hombros; su belleza era tan grande que todos se quedaron admirados.
Dijo el rey: "¿Eres tú el caballero que apareció cada día en el festival con un caballo de distinto color, el que cogió las tres manzanas de oro?"
- "Soy yo - dijo él -, y aquí están las manzanas. - Extrayendolas de su bolsillo, se las entregó al rey -. Si necesitáis más evidencias, podéis ver la herida que me infligieron vuestros hombres cuando me persequían. También soy el caballero que ayudó a vencer al enemigo."
- "Si podéis llevar a cabo acciones de esa magnitud, obviamente no sois ayudante de jardinero. Quién es vuestro padre, si se puede saber."
- "Mi padre es un rey poderoso, y tengo oro en abundancia, más del que jamás pueda necesitar."
- "Está claro - dijo el rey -, que estoy en deuda con vos. Podéis pedirme lo que queráis. Si está en mi poder, os lo daré."
- "Bien - dijo el joven - , os pido vuestra hija como esposa."
Entonces, la princesa se rió y dijo: "Me gusta cómo no se anda por las ramas; ya sabía, por su pelo de oro, que no era ningún ayudante de jardinero." Se acercó a él y le besó.
A la boda asistieron los padres del joven; estaban muy contentos, porque ya habían perdido toda esperanza de volver a ver a su amado hijo.
Estando sentados todos a la mesa de los esponsales, de pronto cesó la música, las enormes puertas se abrieron de par en par y entró un espléndido monarca, seguido de una gran séquito.
Se acercó al joven novio y le abrazó. Dijo el invitado: "Soy Juan de Hierro, a quien con un encantamiento habían convertido en un Hombre Primitivo. Me has liberado del encantamiento. Todos los tesoros que poseo serán tuyos de ahora en adelante".

Extracto de libro "Iron John". Una nueva visión de la masculinidad, de Robert Bly. Ediciones Gaia.

domingo, 8 de marzo de 2015

Todos eramos humanos

                                                   Recibido del amigo Carlos Lara.

"La cualidad de un verdadero guerrero es la de estar al servicio de un propósito más importante que él: es decir, de una causa transcendente. En terminios mitológicos, está al servicio de un Rey Verdadero.
Si el Rey al que sirve está corrompido, y por tanto sirve a la codicia o al poder, ya no es un guerrero, sino un soldado". 

(Iron John/Juan de Hierro, de Robert Bly, pag 150.)