sábado, 25 de octubre de 2014

El circulo genera un campo de energía

El arte de vivir es un reto cotidiano.
Abarca muchos aspectos del desarollo de la persona.
Las personas tenemos interiorizados unos esteriotipos muy marcados, fruto del patriarcado.
Un fenómeno particular recorre las distintas geografías, silencioso y poderoso: el de los circulos de hombres (y mujeres).
Hay grupos que empiezan, duran más o menos y terminan, y otros que empiezan y no cuajan. Todo depende de la motivación y de la sintonía que se enstaura desde un buen principio.
El grupo tenga efectos sanadores y solidarios como resultado de lo que ahí se comparte.
De hecho, practicar una escucha respetuosa, mirar a la otra persona sin juzgarla, sentirse aceptados tal como somos, son premisas que favorecen la eclosión de lo mejor que anida en nuestro interior.
Ese código, aplicado ampliamente al mundo de la educación, a los espacios en los que interrelacionamos, nos permitiría ir soltando las actitudes defensivas y limitantes. Los circulos son, en ese sentido, como un laboratorio en el que ayudarnos a comprender qué hombre soy y quiero ser, y abrirnos al mundo exterior enriquecidos, más conscientes, con nuevos recursos personales.
Es importante respetar la confidencialidad de lo que se cuece en los encuentros. Se genera un campo de energía muy especial y sagrada. Hay quienes comparan ese espacio con una matriz simbólica que nos ayuda a nacer a nuestra conciencia.
Es bueno protegerla.
Cada uno que le aplique la imagen que le resulte elocuente, pero eso sí, respetando lo que se teje entre quienes integran el circulo. De ahí que ritualizar el inicio y el final de cada sesión sea tambien una buena práctica. Aconsejable también es el uso del baston de palabra; ayuda a asumir la responsabilidad de qué decimos y comó usamos el tiempo otorgado, con el mayor rigor posible, aprendiendo a ir a lo esencial, evitando las digresiones inútiles.